
29 de octubre de 2014, 7:00 PM
Anuncio, premiación y lectura se llevó a cabo en el Salón de Actos de COPU de la UPR-RP.
El cuento 1,300 gana competencia de literatura de horror
20 de septiembre de 2014
La nueva edición del libro incluye un escrito de Pabsi Livmar sobre el choque cultural.
NOTICIAS
Hasta entrada la madrugada escuché, por encima de todos los demás ruidos, aullidos de lobos en gargantas de hombres. A juzgar por el hecho de que probablemente morirÃa, creo que tomé las cosas con calma. Esto no se cura con ninguna de nuestras magias. El libro no emitió susurros ni suspiros, sino un gruñido, y las eles salieron disparadas como garras de las páginas. Un frÃo gélido, doloroso, se me pegó a la piel, a la cabeza, en cada órgano interno, como si los inviernos que habÃa vivido me entraran de golpe al cuerpo. La habitación se inundó de olores amarillentos, la fragancia era una mezcla embriagadora de girasoles, bergamota, almendras, arena y mangó. Sentà corriente, como si el voltaje me corriera desde la punta de los dedos hasta el resto del cuerpo, dentro y fuera de la piel. Me observó silente con los ojos resplandeciendo, llenos de tantos deseos y furias. ¿A qué crees que sabe la sangre? TenÃa las piernas cruzadas al nivel de las rodillas y fumaba. Ojos peigrosos. Una brisa suave movió las cortinas. Y pensar que hay gente que nunca ha visto el mar. Sé decir la frase idónea y ejecutar el movimiento perfecto para que alguien se quede a mi lado, conmigo, en mis brazos. Si uno existÃa en mi vida, el otro no podÃa estar. TenÃa que quedarme y luchar por esta tierra contra quienes me arrebataron la mÃa. La lluvia bajaba en torrenciales, espectáculo de cascadas, a lo largo y a lo ancho, tendida y malcriada, con rayos y centellas, como si el cielo quisiera desprenderse y bajar también con el agua, a destiempo, pura zozobra, halándose y halándose hasta caer sobre las copas, sobre los grillos que cantan, sobre la gente que miente. Movió las cortinas. No escuché la puerta cerrarse cuando salieron. Yo quise decir algo, pero muy pronto perdà el mundo de vista. La bruja escondió las alas y se trepó encima de la raÃz de un árbol de tamarindo. El guÃa de la galerÃa estaba recostado sobre una de las puertas, tranquilo, con todos los botones de la camisa abiertos. Pasó los dedos por mi rostro y luego se los llevó a la boca. Comenzó a sonar el toque de queda. Se me enredaron lágrimas en las pestañas. Por siempre es demasiado tiempo. En el alféizar blanco de la ventana, que todavÃa estaba abierta, se habÃa secado sangre y lodo. Y pensar que te quise tanto.
